A veces lo único que hay que hacer es quedarse quieto.
Inmóvil.
En lugar de ir a buscarla todo el tiempo, ser blanco y entregarse a recibir el flechazo de la oportunidad en la nuca.
La cabeza tantas veces no sirve. Mejor vaciarla de deseos y hacer silencio.
A veces el movimiento no es hacia adelante: es hacia adentro.
Hay que aprender a sostener los momentos de retención.
Y así, en ese instante de quietud y vacío, donde los pensamientos se desvanecen y los deseos se desdibujan, se abre un espacio sagrado para la recepción.
En ese estado de inmovilidad consciente, el alma se expande y se conecta con la esencia del universo, atrayendo hacia sí las respuestas que busca.
Entonces, cuando menos lo esperamos, la oportunidad se materializa con la impronta de un rayo.
Lo que tiene que suceder nos encuentra preparados, enraizados en la verdad de nuestro ser en conexión con la fuente.
Y en ese preciso instante, todo cobra sentido y la acción surge con naturalidad, impulsada por una fuerza interior que nos guía hacia nuestro destino.
Si hacemos bien el trabajo, no falla.